En un lugar
lejano, que es difícil de recordar, vivía una princesa muy singular. A su hogar
era muy complicado llegar, pues en el árbol de manzanas solía descansar. Lo
raro de esta princesa era su belleza, pues en su rostro algo muy particular se
podía observar. Su ojo derecho le fallaba pero su color era el que resaltaba y
más belleza a su rostro le daba . Esta princesa tuerta que se asomaba por la
puerta, sonreía y saludaba a todo aquel que pasaba.
Un día un unicornio encontró y
con mucho amor lo cuidó. Todas las mañanas la princesa temprano despertaba,
pues su barril de miel necesitaba y al mercado siempre cabalgaba. Ya cansada
regresaba y una larga siesta tomaba. Mientras ella dormía, su unicornio comía el barril de miel que
apenas conseguía. Al despertar boquiabierta solía quedar, pues el unicornio
gordo estaba y el barril de miel vacío quedaba. Para resolver esta situación, la princesa puso
mucha atención y una trampa elaboró.
Al día siguiente el barril de miel
escondió y por uno vacío lo reemplazó.
El unicornio angustiado estaba, pues la panza le sonaba. La princesa lo observaba y con paciencia lo educaba, aunque el unicornio ni lo notaba.
El unicornio angustiado estaba, pues la panza le sonaba. La princesa lo observaba y con paciencia lo educaba, aunque el unicornio ni lo notaba.
Luego de que esta lección se puso
en acción, al unicornio le dio una gran explicación. A compartir el unicornio
aprendió y con la princesa tuerta el barril de miel disfrutó.
Alejandra Vallejo y Tamara Arias.
D.Y.
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